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Catalina Vargas

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El entrenamiento funcional no es una moda pasajera, sino un retorno a los movimientos naturales que los humanos hemos realizado durante milenios: sentadillas, jalones, empujes, rotaciones y equilibrio. A diferencia de ejercicios aislados (como las flexiones de bíceps), desarrolla el cuerpo en su conjunto.
Movimientos básicos: sentadillas, zancadas, jalones, prensas, rotaciones de torso y carga de objetos pesados. Estos patrones imitan acciones cotidianas: levantar a un niño, sacar una maleta del maletero, cargar bolsas de la tienda, levantarse del suelo.
El entrenamiento funcional fortalece no solo los músculos, sino también los ligamentos, tendones y articulaciones. Esto reduce el riesgo de lesiones en el hogar y en el trabajo, especialmente en personas mayores de 40 años, cuando la movilidad natural disminuye.
Este entrenamiento mejora la coordinación, el equilibrio y la propiocepción (la capacidad del cuerpo para percibir su posición en el espacio). Esto es fundamental para las personas mayores: un buen equilibrio previene las caídas, que a menudo provocan fracturas. El equipo puede ser mínimo: peso corporal, bandas de resistencia, mancuernas, pesas rusas o incluso botellas de agua. Muchos ejercicios se realizan de pie, lo que activa los músculos del torso y mejora la postura, a diferencia de las máquinas, donde el cuerpo permanece inmovilizado.

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Muchas personas empiezan a hacer ejercicio con entusiasmo, pero pierden la motivación a los pocos días. La razón no es la pereza, sino un enfoque equivocado. Para convertir el ejercicio en un hábito, no debes «obligarte», sino crear las condiciones para que el ejercicio se convierta en una tarea deseada, no obligatoria.
El primer paso es empezar poco a poco. En lugar de un plan ambicioso como «una hora en el gimnasio todos los días», es mejor elegir de 10 a 15 minutos de actividad ligera tres veces por semana. El éxito genera motivación: al lograr una pequeña meta, te sentirás satisfecho y querrás más.
Es importante elegir algo que disfrutes. Si odias correr, no te fuerces; prueba bailar, nadar, hacer yoga o montar en bicicleta. El disfrute es el principal motor de la constancia. El ejercicio no debería ser una tortura.
Integra la actividad física en tu rutina. Asocia tu entrenamiento con una actividad que te resulte familiar: «Después de mi café de la mañana, estirar durante 10 minutos», «Después de cenar, dar un paseo». Con el tiempo, se volverá automático, como cepillarse los dientes. No busques la perfección. ¿Te perdiste un entrenamiento? No pasa nada. La clave es retomar el ritmo al día siguiente sin castigarte. A largo plazo, la flexibilidad y la autocompasión son más importantes que la disciplina.

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Entre los muchos entrenamientos de moda, desde CrossFit hasta Pilates, caminar parece demasiado simple. Pero en realidad, es una de las formas de actividad física más efectivas, seguras y accesibles. Tan solo 30 minutos de caminata rápida al día reducen el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 e incluso demencia.
Caminar involucra más de 200 músculos, desde las pantorrillas y los glúteos hasta el core y la cintura escapular. Con la técnica adecuada (postura erguida, balanceo activo de brazos, colocación de talón con punta), se convierte en un entrenamiento completo de cardio y fuerza.
A diferencia de correr, caminar ejerce una presión mínima sobre las articulaciones, lo que lo hace ideal para adultos mayores, personas que se recuperan de lesiones o personas con sobrepeso. También mejora eficazmente la resistencia y quema grasa, especialmente durante caminatas largas a un ritmo moderado. Se ha demostrado científicamente que caminar regularmente aumenta el volumen del hipocampo, la región del cerebro responsable de la memoria y el aprendizaje. Las personas mayores que caminan 40 minutos al día mantienen una función cognitiva significativamente más prolongada. Caminar puede ayudar a prevenir la demencia.
Caminar al aire libre potencia este efecto. La luz solar estimula la producción de vitamina D, esencial para el sistema inmunitario y el estado de ánimo. Los espacios verdes reducen el estrés, mejoran la concentración e incluso impulsan la creatividad, según investigaciones en ecopsicología.

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En el mundo actual, el estrés se ha convertido en parte integral de la vida: el trabajo, el tráfico, la sobrecarga digital, las expectativas sociales. Muchos buscan alivio en el café, los dulces o las pantallas, pero uno de los remedios más efectivos y naturales es la actividad física. El movimiento no es solo una distracción; desencadena poderosos procesos bioquímicos que literalmente «reinician» el sistema nervioso.
Durante la actividad física moderada, ya sea caminar a paso ligero, nadar o montar en bicicleta, el cerebro produce endorfinas, serotonina y dopamina. Estos neurotransmisores reducen la ansiedad, mejoran el estado de ánimo y crean una sensación de calma interior. El efecto es comparable al de la meditación, pero se logra a través de la actividad física.
La actividad física reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Los niveles crónicamente altos de cortisol provocan insomnio, aumento de peso, debilitamiento del sistema inmunitario e incluso depresión. El ejercicio regular normaliza su producción, ayudando al cuerpo a recuperarse más rápidamente del estrés emocional. El ejercicio también mejora la calidad del sueño, un factor clave en la resiliencia al estrés. Las personas que hacen ejercicio al menos 30 minutos al día se duermen más rápido, se despiertan con menos frecuencia durante la noche y se sienten con más energía por la mañana. Dormir bien, a su vez, aumenta la resiliencia emocional.
Importante: no tienes que agotarte en el gimnasio. Incluso un paseo de 20 minutos por el parque reduce la actividad de la amígdala, la región del cerebro responsable del miedo y la ansiedad. La naturaleza potencia este efecto: los espacios verdes, el canto de los pájaros y el aire fresco favorecen la relajación.

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La conexión entre el intestino y el cerebro es una de las áreas más fascinantes de la ciencia moderna. A través del llamado «eje intestino-cerebro», la alimentación influye directamente en el estado de ánimo, la ansiedad, el estrés e incluso la función cognitiva. Lo que comemos moldea no solo nuestro cuerpo, sino también nuestra mente.
El intestino es conocido como el «segundo cerebro»: contiene más de 100 millones de neuronas y produce hasta el 90% de la serotonina, la «hormona de la felicidad». Una flora intestinal sana mantiene el equilibrio de neurotransmisores, mientras que la disbiosis puede desencadenar depresión y ansiedad.
Alimentos que mejoran el estado de ánimo: pescado azul (omega-3), chocolate negro (magnesio, flavonoides), plátanos (vitamina B6, triptófano), frutos secos (zinc, selenio) y alimentos fermentados (kéfir, chucrut, para el microbioma). Reducen la inflamación y favorecen la neuroplasticidad. Por el contrario, una dieta alta en azúcar, grasas trans y alimentos procesados ​​causa inflamación crónica, altera el microbioma y reduce la producción de factores neurotróficos. Esto aumenta el riesgo de depresión entre un 30 % y un 40 %, según metaanálisis.
Los picos bruscos de azúcar en sangre (después de comer dulces o pan blanco) provocan un bajón: pérdida de energía, irritabilidad y antojos de más carbohidratos. Mantener niveles estables de glucosa es clave para un estado de ánimo equilibrado y la concentración.

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Comer sano no tiene por qué ser complicado ni caro. Al contrario, los platos más saludables suelen prepararse con 5-7 ingredientes asequibles en 20-30 minutos. La clave está en las combinaciones adecuadas: proteína + fibra + grasas saludables = saciedad y energía.
La avena con agua o leche, frutos rojos y frutos secos es el desayuno perfecto. Deja la avena en remojo durante la noche en kéfir o yogur para preparar una avena fría. Por la mañana, añade un plátano, semillas de lino y una cucharada de miel. Una comida rápida, deliciosa y sin cocción.
Los Buddha Bowls son un almuerzo versátil. Toma una base (trigo sarraceno, quinoa, arroz integral), añade verduras (calabaza asada, pepino fresco, rúcula), proteínas (garbanzos, tofu, pollo), grasas saludables (aguacate, aceite de oliva) y una salsa (yogur o tahini). Se prepara en 10 minutos con ingredientes ya preparados. La sopa de brócoli y guisantes es una cena ligera y reconfortante. Saltee la cebolla y el ajo, añada las verduras, vierta el caldo, cocine a fuego lento durante 15 minutos y mezcle. Sírvala con una cucharada de yogur y una pizca de cúrcuma. Rica en fibra y vitamina C.
Pescado al horno con verduras: cena en 25 minutos. Coloque el filete de salmón en una bandeja para hornear, rodéelo con rodajas de calabacín, pimiento y tomate. Rocíe con aceite de oliva, espolvoree con hierbas y hornee a 200 °C (400 °F). Mínimo esfuerzo, máximos beneficios.

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Muchos consideran que el desayuno es «la comida más importante del día», pero la ciencia ofrece una respuesta más matizada: todo depende del estilo de vida, el metabolismo y las preferencias personales. Para algunos, el desayuno es una fuente de energía y concentración, mientras que para otros, supone una carga innecesaria para la digestión.
Las investigaciones demuestran que desayunar regularmente puede mejorar la función cognitiva en niños y adolescentes, reducir el riesgo de comer en exceso durante el día y estabilizar los niveles de azúcar en sangre en personas con resistencia a la insulina. Sin embargo, el efecto es menos pronunciado en adultos sanos.
La clave no es el hecho de desayunar, sino su calidad. Un sándwich de fiambre y yogur dulce no te servirán de nada. Pero la avena con frutos rojos, los huevos con aguacate o las tostadas integrales con requesón son una excelente manera de empezar el día.
El desayuno ideal debe contener carbohidratos complejos, proteínas y grasas saludables. Los carbohidratos aportan energía, las proteínas proporcionan sensación de saciedad y las grasas ralentizan la digestión y mantienen el equilibrio hormonal. Algunos ejemplos incluyen gachas de trigo sarraceno con nueces y manzana, o una tortilla de espinacas y pan integral.
Las personas que practican el ayuno intermitente (por ejemplo, 16:8) suelen saltarse el desayuno. Esto es normal, siempre y cuando no experimenten debilidad, irritabilidad ni coman en exceso después. El cuerpo se adapta al nuevo ritmo y el metabolismo no se ve afectado.

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La dieta mediterránea es uno de los sistemas alimentarios más estudiados y recomendados del mundo. Reconocida por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial, no impone normas estrictas, sino que describe la dieta tradicional de los países mediterráneos: Grecia, Italia, España y el sur de Francia.
La dieta se basa en alimentos vegetales: verduras, frutas, legumbres, frutos secos, semillas y cereales integrales. El aceite de oliva es la principal fuente de grasa, sustituyendo a la mantequilla y a los aceites vegetales procesados ​​industrialmente. Su riqueza en ácidos grasos monoinsaturados y antioxidantes reduce la inflamación y protege el corazón.
El pescado y el marisco se consumen de 2 a 3 veces por semana, especialmente variedades grasas como las sardinas, las anchoas y el salmón, ricos en omega-3. Las aves de corral, los huevos y los productos lácteos (especialmente el yogur y el queso) se consumen con moderación. La carne roja se consume en raras ocasiones, no más de una vez al mes. Los dulces son a base de fruta, miel o chocolate negro. El vino forma parte de la cultura, pero con moderación: una copa de tinto con el almuerzo o la cena. Sin embargo, no es esencial y puede omitirse sin sacrificar los beneficios de la dieta.
Estudios científicos confirman que quienes siguen la dieta mediterránea tienen menos probabilidades de sufrir enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, Alzheimer y algunos tipos de cáncer. Viven más y mantienen la función cognitiva en la vejez.

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Una dieta equilibrada no es una dieta ni una restricción temporal, sino un estilo de vida que proporciona al cuerpo todo lo que necesita para la salud, la energía y la longevidad. Se basa en la variedad, la moderación y la calidad de los alimentos, no en el conteo ni la restricción de calorías. El objetivo principal es promover el bienestar físico y mental a través de la alimentación.
La base de la dieta debe ser alimentos integrales y mínimamente procesados: verduras, frutas, cereales integrales, legumbres, frutos secos, semillas, fuentes de proteínas de alta calidad (pescado, huevos, aves, legumbres) y grasas saludables (aguacate, aceite de oliva, pescado azul). Estos alimentos son ricos en vitaminas, minerales, fibra y antioxidantes.
La variedad es el principio más importante. Ningún alimento contiene todos los nutrientes necesarios. Por lo tanto, la dieta debe incluir al menos 30 alimentos vegetales diferentes a la semana. Esto favorece el microbioma intestinal, fortalece el sistema inmunitario y reduce el riesgo de enfermedades crónicas. Los carbohidratos no son el enemigo, sino la principal fuente de energía. Sin embargo, es importante elegir carbohidratos complejos: trigo sarraceno, quinoa, avena, boniato y pan integral. Se digieren lentamente, no provocan picos de azúcar en sangre y proporcionan una sensación de saciedad más prolongada. Es recomendable limitar los azúcares simples (refrescos, dulces, productos horneados).
Las proteínas son esenciales para la reparación de tejidos, la síntesis hormonal y el mantenimiento de la masa muscular. Un adulto necesita entre 1 y 1,5 g de proteína por kg de peso corporal al día. Las fuentes pueden ser animales (pescado, huevos, yogur) o vegetales (lentejas, tofu, garbanzos, quinoa). Combinar proteínas vegetales (por ejemplo, arroz y frijoles) garantiza un perfil completo de aminoácidos.

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Los elefantes son los animales terrestres más grandes de la Tierra, pero su grandeza trasciende su tamaño. Poseen una inteligencia excepcional, emociones profundas y una vida social compleja. Su cerebro pesa hasta 5 kg y contiene más neuronas que los humanos, especialmente en áreas asociadas con la empatía y la memoria.
Los elefantes viven en familias matriarcales, lideradas por la hembra mayor y más experimentada. Ella recuerda las fuentes de agua, las rutas migratorias y los lugares donde murieron sus parientes. Su conocimiento es clave para la supervivencia de la manada durante sequías y conflictos.
Estos animales exhiben un comportamiento que evoca el duelo: regresan a los lugares donde murieron sus parientes, tocan los huesos con sus trompas y permanecen en silencio durante horas. Comprenden la muerte, una característica poco común en el reino animal. También ayudan a los heridos, protegen a las crías de otras familias y perdonan las ofensas. Los elefantes se comunican a muchos niveles: desde infrasonidos de baja frecuencia, que viajan decenas de kilómetros, hasta señales táctiles, gestos e incluso marcadores químicos. Pueden «hablar» a través del suelo percibiendo las vibraciones de sus patas.
A pesar de su fuerza, los elefantes están en peligro de extinción. La caza furtiva de marfil se ha cobrado millones de vidas. Aunque el comercio internacional está prohibido, el mercado negro prospera. En los últimos 40 años, la población de elefantes africanos ha disminuido en más del 70 %.

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