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El intestino no es solo un órgano digestivo, sino el centro de la salud del cuerpo. Aquí se encuentran hasta el 70% de las células inmunitarias, se produce el 90% de la serotonina (la hormona del estado de ánimo) y la microflora influye en el metabolismo, el peso, la piel e incluso en el riesgo de depresión. Dicen que «un intestino sano equivale a una persona sana», y es cierto.
El microbioma —una comunidad de billones de bacterias, virus y hongos— debe ser diverso y equilibrado. El predominio de cepas patógenas provoca inflamación, fatiga, alergias y enfermedades crónicas.
El principal alimento para las bacterias beneficiosas es la fibra. Se encuentra en verduras, frutas, legumbres, cereales integrales y frutos secos. Sin ella, los microbios mueren y el revestimiento intestinal se vuelve más delgado, causando el síndrome del intestino permeable e inflamación sistémica. Los alimentos fermentados son probióticos naturales: kéfir, yogur sin azúcar, chucrut, miso y kimchi. Repoblan el intestino con cultivos vivos, mejoran la digestión y fortalecen el sistema inmunitario.
Evite el exceso de azúcar y los alimentos procesados. Alimentan a las bacterias patógenas y a los hongos (como la Candida), causando disbiosis, hinchazón, fatiga y antojos de dulces.

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El otoño y el invierno son épocas de mayor actividad viral. Pero enfermarse no tiene por qué serlo. El sistema inmunitario puede combatir eficazmente las infecciones si se dan las condiciones adecuadas. La prevención comienza mucho antes de que aparezcan los primeros síntomas.
La vitamina D es el regulador clave del sistema inmunitario durante la temporada de resfriados. Debido a la falta de sol, sus niveles disminuyen, lo que debilita las defensas del sistema respiratorio. Controle sus niveles de 25(OH)D y, si es necesario, tome un suplemento (generalmente de 1000 a 2000 UI/día) bajo supervisión médica.
Lavarse las manos con frecuencia es un remedio simple pero eficaz. La mayoría de los virus entran al cuerpo a través del contacto de las manos con la cara. Use agua tibia y jabón durante al menos 20 segundos, especialmente después de estar al aire libre, en el transporte público o manipular dinero.
La humidificación es fundamental. El aire seco (menos del 40 % de humedad) reseca las membranas mucosas de la nariz y la garganta, privándolas de su barrera natural. La humedad ideal es del 40 al 60 %. Use un humidificador o cuelgue toallas húmedas en los radiadores.

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El agua constituye aproximadamente el 60% del peso corporal de un adulto y participa en todos los procesos bioquímicos: desde la digestión y la termorregulación hasta la transmisión de impulsos nerviosos y la eliminación de toxinas. Incluso una deshidratación leve (pérdida de agua del 1 al 2%) reduce la concentración y causa fatiga y dolores de cabeza.
Las necesidades diarias de agua varían según el individuo y dependen del peso, el clima, la actividad física y la dieta. En promedio, se recomiendan de 30 a 35 ml de agua por kg de peso corporal. Para una persona de 70 kg, esto significa de 2 a 2,5 litros al día, incluyendo el agua de los alimentos (verduras, sopas, frutas).
La ​​sed es una señal tardía. Para cuando sientes sed, tu cuerpo ya está experimentando una deshidratación leve. Es mejor beber de forma uniforme a lo largo del día, sin esperar una señal.
El color de la orina es un simple indicador de hidratación. Un color pajizo claro es normal. Un amarillo oscuro es señal de deshidratación. Pero tenga en cuenta que algunas vitaminas (como la B2) tiñen la orina de un amarillo brillante; esto no es deshidratación.

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Dormir es más que solo descansar; es un proceso activo de restauración, desintoxicación y reinicio de todo el cuerpo. Durante el sueño, el cerebro se depura de proteínas tóxicas (incluida la beta-amiloide, asociada con la enfermedad de Alzheimer), el sistema inmunitario «aprende» de nuevas amenazas y las hormonas regulan el apetito, el estrés y el crecimiento.
Los adultos necesitan de 7 a 9 horas de sueño de calidad al día. La privación crónica del sueño (menos de 6 horas) aumenta el riesgo de obesidad en un 55%, de diabetes tipo 2 en un 40% y de enfermedades cardiovasculares en un 30%. Incluso una sola noche sin dormir afecta la sensibilidad a la insulina.

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Muchos creen que la inmunidad necesita ser «reforzada» con vitaminas, suplementos o remedios milagrosos. Sin embargo, el sistema inmunitario no es un músculo que se pueda fortalecer. Es una red compleja de células, órganos y moléculas que debe funcionar de manera equilibrada: ni demasiado débil (riesgo de infección) ni demasiado activo (alergias, enfermedades autoinmunes). El objetivo no es estimular, sino apoyar un equilibrio natural.
La base de un sistema inmunitario sano es el estilo de vida. Un sueño de calidad, una dieta equilibrada, la actividad física regular, el manejo del estrés y evitar los malos hábitos tienen un impacto mucho mayor que cualquier suplemento dietético. Por ejemplo, la privación crónica del sueño reduce la producción de citocinas, proteínas necesarias para combatir los virus.
La nutrición juega un papel clave. Las células inmunitarias necesitan componentes básicos: proteínas para los anticuerpos, zinc para la división celular, vitamina D para regular la respuesta inmunitaria y vitamina C para la protección antioxidante. Pero es mejor obtenerlos de alimentos integrales: cítricos, frutos secos, pescado azul, huevos, verduras y legumbres, no de pastillas.
El intestino es el centro del sistema inmunitario. Hasta el 70% de las células inmunitarias se encuentran en la pared intestinal. Una microflora saludable, apoyada por la fibra, los alimentos fermentados (kéfir, chucrut) y una dieta variada, entrena al sistema inmunitario para distinguir lo propio de lo ajeno, previniendo tanto infecciones como reacciones autoinmunes.

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