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La conexión entre el intestino y el cerebro es una de las áreas más fascinantes de la ciencia moderna. A través del llamado «eje intestino-cerebro», la alimentación influye directamente en el estado de ánimo, la ansiedad, el estrés e incluso la función cognitiva. Lo que comemos moldea no solo nuestro cuerpo, sino también nuestra mente.
El intestino es conocido como el «segundo cerebro»: contiene más de 100 millones de neuronas y produce hasta el 90% de la serotonina, la «hormona de la felicidad». Una flora intestinal sana mantiene el equilibrio de neurotransmisores, mientras que la disbiosis puede desencadenar depresión y ansiedad.
Alimentos que mejoran el estado de ánimo: pescado azul (omega-3), chocolate negro (magnesio, flavonoides), plátanos (vitamina B6, triptófano), frutos secos (zinc, selenio) y alimentos fermentados (kéfir, chucrut, para el microbioma). Reducen la inflamación y favorecen la neuroplasticidad. Por el contrario, una dieta alta en azúcar, grasas trans y alimentos procesados ​​causa inflamación crónica, altera el microbioma y reduce la producción de factores neurotróficos. Esto aumenta el riesgo de depresión entre un 30 % y un 40 %, según metaanálisis.
Los picos bruscos de azúcar en sangre (después de comer dulces o pan blanco) provocan un bajón: pérdida de energía, irritabilidad y antojos de más carbohidratos. Mantener niveles estables de glucosa es clave para un estado de ánimo equilibrado y la concentración.

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Comer sano no tiene por qué ser complicado ni caro. Al contrario, los platos más saludables suelen prepararse con 5-7 ingredientes asequibles en 20-30 minutos. La clave está en las combinaciones adecuadas: proteína + fibra + grasas saludables = saciedad y energía.
La avena con agua o leche, frutos rojos y frutos secos es el desayuno perfecto. Deja la avena en remojo durante la noche en kéfir o yogur para preparar una avena fría. Por la mañana, añade un plátano, semillas de lino y una cucharada de miel. Una comida rápida, deliciosa y sin cocción.
Los Buddha Bowls son un almuerzo versátil. Toma una base (trigo sarraceno, quinoa, arroz integral), añade verduras (calabaza asada, pepino fresco, rúcula), proteínas (garbanzos, tofu, pollo), grasas saludables (aguacate, aceite de oliva) y una salsa (yogur o tahini). Se prepara en 10 minutos con ingredientes ya preparados. La sopa de brócoli y guisantes es una cena ligera y reconfortante. Saltee la cebolla y el ajo, añada las verduras, vierta el caldo, cocine a fuego lento durante 15 minutos y mezcle. Sírvala con una cucharada de yogur y una pizca de cúrcuma. Rica en fibra y vitamina C.
Pescado al horno con verduras: cena en 25 minutos. Coloque el filete de salmón en una bandeja para hornear, rodéelo con rodajas de calabacín, pimiento y tomate. Rocíe con aceite de oliva, espolvoree con hierbas y hornee a 200 °C (400 °F). Mínimo esfuerzo, máximos beneficios.

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Muchos consideran que el desayuno es «la comida más importante del día», pero la ciencia ofrece una respuesta más matizada: todo depende del estilo de vida, el metabolismo y las preferencias personales. Para algunos, el desayuno es una fuente de energía y concentración, mientras que para otros, supone una carga innecesaria para la digestión.
Las investigaciones demuestran que desayunar regularmente puede mejorar la función cognitiva en niños y adolescentes, reducir el riesgo de comer en exceso durante el día y estabilizar los niveles de azúcar en sangre en personas con resistencia a la insulina. Sin embargo, el efecto es menos pronunciado en adultos sanos.
La clave no es el hecho de desayunar, sino su calidad. Un sándwich de fiambre y yogur dulce no te servirán de nada. Pero la avena con frutos rojos, los huevos con aguacate o las tostadas integrales con requesón son una excelente manera de empezar el día.
El desayuno ideal debe contener carbohidratos complejos, proteínas y grasas saludables. Los carbohidratos aportan energía, las proteínas proporcionan sensación de saciedad y las grasas ralentizan la digestión y mantienen el equilibrio hormonal. Algunos ejemplos incluyen gachas de trigo sarraceno con nueces y manzana, o una tortilla de espinacas y pan integral.
Las personas que practican el ayuno intermitente (por ejemplo, 16:8) suelen saltarse el desayuno. Esto es normal, siempre y cuando no experimenten debilidad, irritabilidad ni coman en exceso después. El cuerpo se adapta al nuevo ritmo y el metabolismo no se ve afectado.

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La dieta mediterránea es uno de los sistemas alimentarios más estudiados y recomendados del mundo. Reconocida por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial, no impone normas estrictas, sino que describe la dieta tradicional de los países mediterráneos: Grecia, Italia, España y el sur de Francia.
La dieta se basa en alimentos vegetales: verduras, frutas, legumbres, frutos secos, semillas y cereales integrales. El aceite de oliva es la principal fuente de grasa, sustituyendo a la mantequilla y a los aceites vegetales procesados ​​industrialmente. Su riqueza en ácidos grasos monoinsaturados y antioxidantes reduce la inflamación y protege el corazón.
El pescado y el marisco se consumen de 2 a 3 veces por semana, especialmente variedades grasas como las sardinas, las anchoas y el salmón, ricos en omega-3. Las aves de corral, los huevos y los productos lácteos (especialmente el yogur y el queso) se consumen con moderación. La carne roja se consume en raras ocasiones, no más de una vez al mes. Los dulces son a base de fruta, miel o chocolate negro. El vino forma parte de la cultura, pero con moderación: una copa de tinto con el almuerzo o la cena. Sin embargo, no es esencial y puede omitirse sin sacrificar los beneficios de la dieta.
Estudios científicos confirman que quienes siguen la dieta mediterránea tienen menos probabilidades de sufrir enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, Alzheimer y algunos tipos de cáncer. Viven más y mantienen la función cognitiva en la vejez.

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Una dieta equilibrada no es una dieta ni una restricción temporal, sino un estilo de vida que proporciona al cuerpo todo lo que necesita para la salud, la energía y la longevidad. Se basa en la variedad, la moderación y la calidad de los alimentos, no en el conteo ni la restricción de calorías. El objetivo principal es promover el bienestar físico y mental a través de la alimentación.
La base de la dieta debe ser alimentos integrales y mínimamente procesados: verduras, frutas, cereales integrales, legumbres, frutos secos, semillas, fuentes de proteínas de alta calidad (pescado, huevos, aves, legumbres) y grasas saludables (aguacate, aceite de oliva, pescado azul). Estos alimentos son ricos en vitaminas, minerales, fibra y antioxidantes.
La variedad es el principio más importante. Ningún alimento contiene todos los nutrientes necesarios. Por lo tanto, la dieta debe incluir al menos 30 alimentos vegetales diferentes a la semana. Esto favorece el microbioma intestinal, fortalece el sistema inmunitario y reduce el riesgo de enfermedades crónicas. Los carbohidratos no son el enemigo, sino la principal fuente de energía. Sin embargo, es importante elegir carbohidratos complejos: trigo sarraceno, quinoa, avena, boniato y pan integral. Se digieren lentamente, no provocan picos de azúcar en sangre y proporcionan una sensación de saciedad más prolongada. Es recomendable limitar los azúcares simples (refrescos, dulces, productos horneados).
Las proteínas son esenciales para la reparación de tejidos, la síntesis hormonal y el mantenimiento de la masa muscular. Un adulto necesita entre 1 y 1,5 g de proteína por kg de peso corporal al día. Las fuentes pueden ser animales (pescado, huevos, yogur) o vegetales (lentejas, tofu, garbanzos, quinoa). Combinar proteínas vegetales (por ejemplo, arroz y frijoles) garantiza un perfil completo de aminoácidos.

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