La dieta mediterránea es uno de los sistemas alimentarios más estudiados y recomendados del mundo. Reconocida por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial, no impone normas estrictas, sino que describe la dieta tradicional de los países mediterráneos: Grecia, Italia, España y el sur de Francia.
La dieta se basa en alimentos vegetales: verduras, frutas, legumbres, frutos secos, semillas y cereales integrales. El aceite de oliva es la principal fuente de grasa, sustituyendo a la mantequilla y a los aceites vegetales procesados industrialmente. Su riqueza en ácidos grasos monoinsaturados y antioxidantes reduce la inflamación y protege el corazón.
El pescado y el marisco se consumen de 2 a 3 veces por semana, especialmente variedades grasas como las sardinas, las anchoas y el salmón, ricos en omega-3. Las aves de corral, los huevos y los productos lácteos (especialmente el yogur y el queso) se consumen con moderación. La carne roja se consume en raras ocasiones, no más de una vez al mes. Los dulces son a base de fruta, miel o chocolate negro. El vino forma parte de la cultura, pero con moderación: una copa de tinto con el almuerzo o la cena. Sin embargo, no es esencial y puede omitirse sin sacrificar los beneficios de la dieta.
Estudios científicos confirman que quienes siguen la dieta mediterránea tienen menos probabilidades de sufrir enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, Alzheimer y algunos tipos de cáncer. Viven más y mantienen la función cognitiva en la vejez.
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