Muchas personas empiezan a hacer ejercicio con entusiasmo, pero pierden la motivación a los pocos días. La razón no es la pereza, sino un enfoque equivocado. Para convertir el ejercicio en un hábito, no debes «obligarte», sino crear las condiciones para que el ejercicio se convierta en una tarea deseada, no obligatoria.
El primer paso es empezar poco a poco. En lugar de un plan ambicioso como «una hora en el gimnasio todos los días», es mejor elegir de 10 a 15 minutos de actividad ligera tres veces por semana. El éxito genera motivación: al lograr una pequeña meta, te sentirás satisfecho y querrás más.
Es importante elegir algo que disfrutes. Si odias correr, no te fuerces; prueba bailar, nadar, hacer yoga o montar en bicicleta. El disfrute es el principal motor de la constancia. El ejercicio no debería ser una tortura.
Integra la actividad física en tu rutina. Asocia tu entrenamiento con una actividad que te resulte familiar: «Después de mi café de la mañana, estirar durante 10 minutos», «Después de cenar, dar un paseo». Con el tiempo, se volverá automático, como cepillarse los dientes. No busques la perfección. ¿Te perdiste un entrenamiento? No pasa nada. La clave es retomar el ritmo al día siguiente sin castigarte. A largo plazo, la flexibilidad y la autocompasión son más importantes que la disciplina.
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