Los pulpos se encuentran entre las criaturas más inusuales del planeta. Carecen de huesos, sus ojos tienen una estructura similar a la de los vertebrados y su sistema nervioso se distribuye por todo el cuerpo: dos tercios de sus neuronas se encuentran en los tentáculos. Esto les da un aspecto similar al de los extraterrestres, aunque son producto de la evolución terrestre, evolucionando junto con nosotros durante más de 500 millones de años.
Los pulpos tienen tres corazones, sangre azul (gracias a la hemocianina) y la capacidad de cambiar instantáneamente el color y la textura de su piel para camuflarse o comunicarse. Pueden imitar algas, corales o incluso otros animales, como las serpientes marinas. Esto no es instinto, sino un comportamiento consciente que requiere un alto nivel de procesamiento de la información.
Su inteligencia es asombrosa. Los pulpos resuelven rompecabezas, abren frascos con tapa de rosca, usan herramientas (por ejemplo, cáscaras de coco como refugio) e incluso muestran personalidades individuales: algunos son curiosos, otros cautelosos. En los laboratorios, aprenden mediante ensayo y error y observación.
Resulta asombroso que tal inteligencia haya evolucionado de forma aislada. Los pulpos son criaturas solitarias que no enseñan a sus crías. Cada nueva generación comienza desde cero, lo que hace que sus capacidades cognitivas sean aún más impresionantes. Esta es la evolución independiente de la inteligencia: el «segundo experimento» de la naturaleza con la inteligencia.
La mayoría de los pulpos tienen una vida corta, de uno a cinco años. Tras la reproducción, la hembra deja de alimentarse mientras cuida sus huevos y muere. El macho también muere poco después del apareamiento. Esta trágica estrategia subraya el valor incalculable de cada momento de sus vidas.
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