Las computadoras cuánticas ya no son cosa de ciencia ficción. En las últimas décadas, han evolucionado de modelos teóricos a prototipos reales capaces de resolver problemas que superan incluso las capacidades de las supercomputadoras clásicas más potentes. A diferencia de los bits tradicionales, que solo pueden existir en estado 0 o 1, los bits cuánticos (qubits) utilizan el principio de superposición, lo que les permite procesar enormes cantidades de información simultáneamente.
Uno de los avances clave fue alcanzar la llamada «supremacía cuántica»: el punto en el que un procesador cuántico resuelve un problema más rápido que cualquier computadora clásica. En 2019, Google anunció dicho avance, demostrando que su procesador Sycamore completaba un cálculo en 200 segundos que a una supercomputadora le habría llevado aproximadamente 10.000 años. Si bien el debate sobre la precisión de estas estimaciones continúa, este hecho demuestra el potencial de la tecnología. Hoy en día, no solo gigantes tecnológicos como IBM, Google y Microsoft trabajan en el desarrollo de la computación cuántica, sino también laboratorios nacionales, universidades y startups de todo el mundo. Se presta especial atención a la estabilidad de los cúbits: son extremadamente sensibles a influencias externas como la temperatura, los campos electromagnéticos e incluso las vibraciones. Por lo tanto, la mayoría de los sistemas cuánticos operan a temperaturas cercanas al cero absoluto.
Las aplicaciones potenciales de las computadoras cuánticas abarcan numerosos campos. En la industria farmacéutica, permitirán modelar estructuras moleculares complejas, acelerando el desarrollo de nuevos fármacos. En logística, optimizarán las rutas de entrega a nivel mundial. En finanzas, permitirán la creación de modelos de riesgo y pronósticos de mercado más precisos. Y en ciberseguridad, se utilizarán tanto para amenazar el cifrado existente como para crear algoritmos de cifrado fundamentalmente nuevos y resistentes a la computación cuántica.
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