Las interfaces neuronales (dispositivos capaces de leer e interpretar señales cerebrales) están pasando rápidamente de los laboratorios científicos a la vida cotidiana. Hoy en día, los pacientes con parálisis pueden escribir a máquina, controlar brazos robóticos o incluso caminar utilizando exoesqueletos controlados por el pensamiento. Esto no es magia, sino el resultado de décadas de investigación en neurociencia e ingeniería.
La tecnología se basa en la electroencefalografía (EEG), la resonancia magnética funcional o microchips implantables que registran la actividad neuronal. Empresas como Neuralink (fundada por Elon Musk) están desarrollando implantes en miniatura capaces de registrar la actividad de miles de neuronas simultáneamente. El objetivo es crear una «interfaz cerebro-computadora» (ICC) de alta velocidad que funcione como una extensión natural de la consciencia.
Las primeras aplicaciones son médicas. Las personas con lesiones de médula espinal, enfermedad de Alzheimer o pérdida del habla tienen la oportunidad de recuperar la función. En 2024, un paciente con parálisis completa pudo comunicarse a 62 palabras por minuto mediante una interfaz cerebro-computadora (ICC), más rápido de lo que muchos pueden escribir en un teléfono inteligente. Esto no solo representa una mejora en la calidad de vida; es un retorno a la dignidad humana.
Pero el potencial se extiende mucho más allá de la medicina. En el futuro, las interfaces neuronales nos permitirán controlar teléfonos inteligentes, automóviles o casas inteligentes sin tocarlos. Imagine pensar: «Enciende la luz» y que se encienda. O «Escribe una carta» y que la IA genere texto basándose en sus pensamientos. Esta es una revolución en la interacción hombre-máquina.
Sin embargo, junto con estas oportunidades vienen los riesgos. El principal es la privacidad de los pensamientos. Si un dispositivo puede leer tu cerebro, ¿quién garantiza que los datos no se utilizarán sin consentimiento? Hackers, anunciantes o gobiernos podrían acceder a los aspectos más íntimos de una persona. Por lo tanto, el desarrollo de estándares éticos y leyes sobre «neuroderechos» se está volviendo crucial.
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