El sueño, a su vez, influye en los resultados del entrenamiento. Durante el sueño profundo, se produce la hormona del crecimiento, que restaura los músculos, fortalece los huesos y regula el metabolismo. La falta de sueño reduce la resistencia, la fuerza y la motivación.
Curiosamente, incluso un solo entrenamiento mejora el sueño esa misma noche, especialmente en personas con un estilo de vida sedentario. Sin embargo, solo se logran resultados consistentes con regularidad: 150 minutos de actividad moderada a la semana (recomendaciones de la OMS). El ejercicio es especialmente importante para los adultos mayores: con la edad, la duración del sueño profundo disminuye, pero la actividad física ayuda a compensar parcialmente esta pérdida.
No se exceda. El ejercicio excesivo, especialmente sin descanso, aumenta el cortisol y puede causar insomnio. El equilibrio es clave. Escucha a tu cuerpo: si te sientes agotado después de entrenar en lugar de ligeramente cansado, reduce la intensidad.
En definitiva, el movimiento y el sueño son pilares fundamentales de un estilo de vida saludable. Se refuerzan mutuamente: dormir bien te da energía para entrenar, y entrenar te proporciona un sueño profundo y reparador. Al invertir en ambos, inviertes en claridad mental, fuerza física y alegría de vivir.
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