Las actividades grupales (baile, juegos de equipo, yoga en un estudio) añaden un componente social. La comunicación, el apoyo y el sentido de comunidad reducen los niveles de aislamiento y soledad, que a menudo subyacen al estrés crónico.
La actividad física fortalece no solo el cuerpo, sino también la autoestima. Cada esfuerzo que superas, ya sea subir las escaleras sin quedarte sin aliento o probar un nuevo ejercicio, genera una sensación de competencia y control sobre tu vida. Esto es especialmente importante en tiempos de incertidumbre. La investigación científica confirma que las personas que llevan un estilo de vida activo tienen entre un 25 % y un 30 % menos de probabilidades de sufrir trastornos de ansiedad y depresión. En algunos casos, el ejercicio moderado tiene una eficacia comparable a la de los antidepresivos, pero sin sus efectos secundarios.
Puedes empezar poco a poco: 10 minutos de estiramiento por la mañana, 15 minutos de caminata después de comer, bailar tu música favorita por la noche. La clave es la constancia, no la intensidad. El cuerpo responde incluso al mínimo esfuerzo si es constante.
El movimiento no es un castigo por el exceso de calorías, sino un acto de autocuidado. Te reconecta con tu cuerpo, te enseña a escuchar sus señales y restaura el equilibrio interior. En un mundo donde todo se acelera, la actividad física se convierte en una fuente de atención plena, fuerza y paz. Y lo mejor es que está disponible para todos, aquí y ahora.
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