La deshidratación también afecta la psique: incluso una pérdida del 2 % de agua reduce la atención y aumenta la ansiedad. Por lo tanto, un vaso de agua por la mañana es una forma sencilla de mejorar el bienestar.
La alimentación consciente ayuda a romper el ciclo de estrés → comer en exceso → culpa. En lugar de comer para gestionar las emociones, conviene preguntarse: «¿Tengo hambre o necesito calmarme?». Un vaso de agua, un paseo o una práctica de respiración suelen ser útiles.
Curiosamente, las tradiciones alimentarias culturales también influyen en las emociones. Las comidas compartidas, los rituales culinarios y los aromas de la infancia crean una sensación de seguridad y pertenencia, lo que reduce los niveles de cortisol.
Para los trastornos de depresión y ansiedad, la nutrición no sustituye la terapia, pero puede ser un complemento eficaz. Los psiquiatras recomiendan dietas ricas en verduras, pescado y cereales integrales (como la dieta mediterránea) como parte de un tratamiento integral.
En definitiva, la comida no es solo fisiológica, sino también emocional. Al cocinar con amor, saborear el sabor y compartir un plato con los seres queridos, nutrimos no solo el cuerpo, sino también el alma. Una alimentación saludable es el camino hacia la armonía interior.
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