El estrés es un enemigo oculto del sistema inmunitario. La hormona cortisol, producida durante el estrés crónico, suprime la actividad de los linfocitos y reduce la producción de anticuerpos. Por lo tanto, las prácticas para reducir el estrés (meditación, ejercicios de respiración y paseos por la naturaleza) fortalecen directamente las defensas del organismo.
La actividad física moderada mejora la circulación de las células inmunitarias y promueve la eliminación de toxinas a través del sistema linfático. Sin embargo, el ejercicio excesivo (como correr maratones sin la preparación adecuada) puede, por el contrario, debilitar el sistema inmunitario durante varios días, lo que constituye la llamada «ventana de oportunidad» para las infecciones. La vitamina D es uno de los reguladores más importantes del sistema inmunitario. Su deficiencia se asocia con un mayor riesgo de infecciones respiratorias, enfermedades autoinmunes e incluso depresión. La luz solar es la mejor fuente, pero durante el otoño y el invierno, muchas personas requieren suplementos bajo supervisión médica.
Las vacunas no son «intervenciones», sino un entrenamiento para el sistema inmunitario. Enseñan al cuerpo a reconocer patógenos sin riesgo de enfermedades graves. Esto es especialmente importante para los grupos vulnerables: ancianos, niños y personas con enfermedades crónicas.
Los antibióticos no «refuerzan» el sistema inmunitario; matan las bacterias, incluidas las beneficiosas del intestino. Solo deben tomarse según lo prescrito por un médico y siempre en combinación con probióticos para restaurar la microflora.
En definitiva, un sistema inmunitario sano es el resultado de un autocuidado constante. No existe una fórmula mágica, pero sí hábitos diarios: dormir, comer, hacer ejercicio, descansar. Al mantenerlos, le proporcionas a tu cuerpo todo lo que necesita para una protección natural, inteligente y eficaz.
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