Los conflictos con los humanos también están aumentando: a medida que se expanden las tierras agrícolas, los elefantes invaden aldeas, destruyendo casas y cultivos. Sin embargo, esto no es agresión, sino una búsqueda de alimento y agua. Las soluciones incluyen la creación de corredores migratorios, cercas para abejas (los elefantes les temen a las abejas) y sistemas de alerta temprana.
En Asia, muchos elefantes viven en cautiverio: en templos, circos o campamentos madereros. Las condiciones suelen ser crueles: cadenas, aislamiento y falta de contacto social. Esto causa trastorno de estrés postraumático: los elefantes pueden mostrar agresividad o apatía.
En la naturaleza, los elefantes son los «jardineros del bosque». Dispersan semillas a largas distancias, pisotean senderos y crean charcos de agua que otros animales utilizan. Sin ellos, los ecosistemas de la sabana y los bosques tropicales se vuelven inestables.
Programas de rehabilitación, como el de Sheldrick Wildlife Trust en Kenia, rescatan elefantes huérfanos y los devuelven a la naturaleza. Este es un proceso largo y laborioso, que requiere que un ser humano reemplace a la «madre» durante años.
Los elefantes son un símbolo de sabiduría, memoria y compasión en muchas culturas. Su conservación no es solo un imperativo ecológico, sino una decisión moral. Al proteger a los elefantes, protegemos el derecho a la vida, la familia y la libertad, valores que unen a todos los seres sintientes de este planeta.
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