Las consecuencias de la extinción de las abejas serían catastróficas. Las cosechas de manzanas, almendras, fresas, café y muchos otros cultivos se desplomarían. Los precios de los alimentos subirían y algunos productos podrían desaparecer de los estantes. La biodiversidad disminuiría, lo que afectaría a aves, mamíferos e incluso a los organismos del suelo.
Afortunadamente, la concienciación sobre este problema está creciendo en todo el mundo. Los agricultores se están pasando a la agricultura ecológica, los jardineros están plantando plantas melíferas y las ciudades están creando «corredores para las abejas». La UE ha prohibido el uso de los pesticidas más peligrosos y Estados Unidos ha puesto en marcha programas para recuperar las abejas silvestres.
Todos podemos ayudar: planta lavanda, salvia o facelia en el balcón, deja de usar fertilizantes químicos y apoya a los apicultores locales. Incluso un pequeño parterre en el jardín se convierte en un oasis para los polinizadores.
Las abejas también inspiran la ciencia. Su comportamiento se estudia en robótica para crear algoritmos que permitan la toma de decisiones colectiva. Y el veneno de abeja se está estudiando como posible tratamiento para el cáncer y el Alzheimer.
Las abejas no solo producen miel, sino que son una piedra angular del ecosistema. Su destino está directamente ligado al nuestro. Al preservarlas, preservamos no solo la naturaleza, sino también el futuro de la humanidad. Como dijo Einstein (aunque sea apócrifo): «Si las abejas desaparecieran, a los humanos solo les quedarían cuatro años de vida». Puede que sea una exageración, pero la esencia es cierta.
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